Y ahí estaba yo, al otro lado de las aguas nocturnas, esas a las que la ráfaga de estrellas les da movimiento.
Ahí estaba yo, parada frente al abismo, mezclando rosas rojas y margaritas para luego lanzarlas al océano.
Ahí estaba yo, intercambiando sonrisas por sueños. Pero él seguía brillando y mis pies seguían danzando. El aro lunar marcaba el infinito ciclo.
Y allá estaba él...
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