NOTA:

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sábado, 24 de julio de 2010

Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde ♥



Todo lo que necesitaba era vagar un solo día en Londres; con su aire ahumado, sus calles húmedas y su vida tranquila. Todo parecía pasar desde la máscara más sublime de hipocresía y gracia hasta la necesidad de la vida misma reflejada en la cara de un niño masacrado por la vida.

Sí; mi Londres, esa tierra cordial y severa, llena de reglas, viendo pasar a la alta sociedad como un pañuelo de seda y a los pobres como una rata viajera, viendo al niño como un ser estúpido y al bello joven como un anhelo del futuro. Todo eran máscaras y supervivencia.

Mi cabello rojizo se balanceaba con el pasar del viento mientras pasaba con gracia entre la gente. Nunca fui de clase media ni baja; más bien de una familia adinerada, de esas que están llenas de compromisos e invitaciones o que gozan de espectáculos de lo mejor de mundo. Desde nuestra época victoriana y desde mucho antes el mundo está sumergido en un vaivén de máscaras y apariencias.

Ese era nuestro Londres de la alta sociedad.

Cierto día de enero mi padre preparó una de esas fiestas a las cuáles van gente adinerada y artistas. Yo actuaba como una dama de mi posición, atendiendo a los invitados con gracia y compostura. Uno de ellos me llamó la atención.

-Señorita Catherine,- dijo uno de los hombres con los que mantenía una charla, un hombre apuesto llamado Lord Henry, con una peculiar manera de pensar -le presento a Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde, un destacado poeta-.

Sonreí con gentileza haciendo una pequeña reverencia.

-Los dejaré solos, que ha llegado un buen amigo mío. Muchas veces me pregunto a quien llamar realmente un amigo, pero ustedes saben, debemos siempre dar una cara para poder resaltar. No es que me interese mucho hacerlo pero es algo que es interesante hacer en ocasiones. En fin, los dejo-. dijo Lord Henry tan cordial como siempre, con ese toque de misticismo que a muchos les perturba o atrae. A mi me parecía encantador.

Sonreí con amabilidad una vez más.

-¿Desde hace cuánto tiempo escribe, señor Wilde?- pregunté con curiosidad, él pareció tomar mi pregunta como algo cómico.

-¿Hay realmente un tiempo para un escritor? Si, llevo años. Por eso estoy dónde estoy ahora, señorita-.

Mi pregunta me avergonzó por un momento, al darme cuenta de lo tonta que era.

-Eso es un tanto cierto. Yo escribo de igual manera-.

-¿En serio? ¿Sobre qué podría escribir una señorita cómo usted?-

-Cosas que, al igual que usted, la gente no desea oír. Sentimientos olvidados, historias que el público considera inmoral pero, cómo usted dice, lo moral no existe en el arte-.

Me miró con un poco de impresión en su mirada; pensamientos como esos no eran normales en la clase alta de esa época. Las mujeres eran meros espejos y modelos, generalmente sin pensamiento. Había excepciones, claro.

-¿Ha leído alguna de mis obras entonces?- me preguntó ligeramente sorprendido.

-Por supuesto. Lo que usted escribe es atrayente y sublime-.

Pareció reír entre dientes, mirando la habitación.

-Dudo que pueda entenderlo...-

Me sentí ofendida; pero traté de no mostrarlo.

-Puede que entienda parte de ello-.

Rió más, pero no me contradijo. Sin embargo, vio algo en mi mirada que hizo que se callara y dejara que la curiosidad se apoderara de él.

-¿Cómo qué? Si es tan amable de decirme-.

Suspiré.

-La belleza como el centro de la vida, la manera en la que el arte es inútil pero debe reflejarla. Cómo en el arte no existe lo moral ni lo inmoral; o la manera en la que la vida no puede ser como en tantos cuentos de hadas con finales felices. Cómo la sociedad no es tan moral como parece, o que una verdad deja de ser verdad cuando nadie cree en ella ya que hemos sido acondicionados para ello. Que el arte malo es mucho peor que la ausencia de arte o que la vida imita el arte mucho más de lo que el arte imita a la vida. Eso, entre muchas otras cosas señor Wilde- dije con inocencia, mirando la expresión interesada en su rostro.

-Ya veo...- susurró, riendo esta vez con simpatía -Puede que ciertas perspectivas que tengo sean distintas. Sin embargo, ten cuidado. Nadie te escuchará allá afuera-.

Asentí, confundida. Mi rostro brilló de alegría súbitamente.

-¿No desea venir algún día a tomar el té?- pregunté con admiración.

-Lo lamento señorita, las mujeres siguen siendo criaturas muy extrañas para mi. Más usted si me lo permite decir, no deseo algún tipo de acercamiento por el momento. No quiero ser descortés pero es así-. me dijo, haciendo una reverencia y caminando hacia la puerta.

Un joven rubio con encantadores ojos azules lo miró.

Su actitud cambió... y se quedó un rato más.

Oh... el "amor al arte."


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